MAQUIAVELO: ÉTICA DEL PODER
Creo que la zona de tensión entre política y ética no se encuentra donde la dejó Maquiavelo, sino que es producto de otra tensión: la tensión entre ética y moralidad. Es más fácil decirlo que explicarlo, pero intentaré hacerlo. En primer lugar, estableceré dos distinciones: relaciones densas y finas. El caso paradigmático de las relaciones densas son las relaciones entre familiares, amigos, clanes, tribus, naciones. El caso paradigmático de las relaciones finas son las relaciones con desconocidos, con esa gente con la que no tenemos nada en común, más allá de nuestra humanidad compartida. Las relaciones densas no se limitan a las relaciones cara a cara. Un católico irlandés de clase obrera puede tener una relación densa con los irlandeses, con la clase obrera de su país o con miembros de la Iglesia. Son relaciones profundas, basadas en recuerdos compartidos. Son las relaciones que a la mayoría de nosotros nos preocupan la mayor parte del tiempo. La segunda distinción es que, desde mi punto de vista, la ética regula nuestras relaciones densas y la moralidad las finas. La ética incluye ideas como lealtad y traición; la moralidad, conceptos como justicia y desigualdad. A partir de estas distinciones entre relaciones densas y finas, y entre ética y moralidad, presento mi argumento: el problema de las manos sucias en política no tiene que ver principalmente con la tensión inherente que detectaba Maquiavelo entre la ética y la política.
La imagen de la política como el dominio de la ética y de la amoralidad se nutre de un fuerte sentido del tribalismo. En las relaciones internacionales, puede construir la pintura de una selva hobbesiana. El mundo no consiste en la competición de un lobo solitario contra otro, sino de una manada contra otra, de solidaridad ética dentro de la manada y agresividad moral hacia fuera. Según esta idea, a uno no le importa la profecía de Isaías sobre el lobo que yace junto al cordero, siempre y cuando uno mismo sea el lobo. En una política donde la ética solo está levemente disfrazada de moralidad, pero no limitada por ella, la expectativa general es que las manos de los políticos estén moralmente sucias y éticamente limpias. Puede haber una minoría social que no apoye esta lúgubre imagen y proteste diciendo: "No en nuestro nombre." Pero, cuando hay mucho en juego, la mayoría acepta la idea de que la política implica manos moralmente sucias, porque es la única manera de defender nuestros intereses en un mundo egoísta y peligroso. Nuestros intereses son todo por lo que nuestros políticos deberían preocuparse. Creo que esta peligrosa idea que propone una política sin moralidad debería combatirse poniendo los límites morales correctos a la ética.