Bienes fundamentales
El primer principio de la ética.- Es un principio de actuación, como la primera de las «instrucciones de uso» para que el ser humano pueda lograr su desarrollo en plenitud. Si se quiere lograr que un vehículo dure muchos años cumpliendo su fin, deben seguirse las instrucciones de uso, que proceden de la naturaleza del modo de ser propio de ese vehículo. La necesidad de poner carburante, revisar el aire de las ruedas y el nivel del aceite son normas que se desprenden de la naturaleza del vehículo. Incumplir las normas del «manual del usuario», en la práctica, supone impedir que el vehículo cumpla su finalidad. No sería necesario un manual de uso del vehículo para quien conoce la naturaleza del mismo, las puede deducir.
Si el motor es diesel, no se debe poner gasolina en el depósito, parece obvio, pero cabe equivocarse. El primer principio de la ética no ha sido impuesto por ningún hombre, se desprende de la propia naturaleza del comportamiento humano. Por eso es un principio universal, alcanzable por cualquier ser humano. Buscar el bien y evitar el mal, es norma de actuación que se presenta como principio, como deber, para que sea posible desarrollar las propias potencialidades.
Este primer principio de la ética es el «motor» que lleva al ser humano a buscar el mayor bien, la excelencia personal. Como dirá Aristóteles: la felicidad. Pero la condición libre de la persona es la que le hace responsable del logro o fracaso en la tarea del propio desarrollo, de una vida más o menos lograda como persona.
En sentido general, el bien aparece como lo que es conveniente para una cosa, lo que conviene a algo para que logre su fin. Una moto es mejor en la medida que cumple su finalidad, de igual modo que un edificio o un electrodoméstico. Y todo lo que contribuya a este fin es calificado como bueno, pues perfecciona al objeto. Que un edificio tenga ascensor y calefacción o que no las tenga, hacen al edificio mejor o peor. En su sentido ético, el concepto de bien es análogo al término más genérico. El bien, en sentido ético, se definía ya en el primer capítulo del libro como aquello que contribuye a la perfección de la persona como tal, al desarrollo de su dimensión propiamente humana.
Si el bien en sentido general es lo que perfecciona a un objeto, conforme a su naturaleza, el bien de la persona, el bien ético, es todo aquello que contribuye a la perfección humana, al florecimiento personal. Este bien puede ser captado por la razón teórica, precisamente al estudiar lo distintivo de la persona. Pero además, y por el modo propio de ser de la persona, el bien ético es buscado por la razón práctica. O dicho de otro modo, un edificio no puede buscar por sí mismo lo que le perfecciona, pues es objeto inanimado, pero el ser humano está capacitado para buscar libremente lo que le hace mejor, para buscar su bien.